domingo, 8 de mayo de 2011

La radio de los sueños

Bordado de Esperanza. Ver más bordados en el
Museo Virtual, en este mismo blog
En aquel tiempo las mujeres aún fregaban el suelo arrodilladas. Ayudadas con trapos viejos, retales de antiguos vestidos, sábanas, manteles o servilletas, las madres, a mano, repasaban cada milímetro de las baldosas de barro cocido que, aún en verano, estaban frías como el témpano. Cuando hoy veo pasar la fregona a toda prisa, recuerdo a la mía, que ni siquiera protegía sus rodillas con paños o cojines secos, metiendo una y otra vez sus manos en aquel cubo medio lleno de agua llovida, y la veo retorcer la bayeta y escurrirla para después frotar la cocina una y otra vez con esmero, mientras su pensamiento estaba absolutamente absorto en la novela de la radio, en la radionovela Lucecita.

- ¿No sabes lo que ha pasado hoy? – me decía siempre que llegaba del colegio. E inmediatamente pasaba a resumirme lo más importante que le había pasado a la protagonista. No entendía yo entonces que alguien pudiera estar tan pendiente de lo que le ocurriera a un personaje de ficción.

Lucecita, Ama Rosa y las cartas que llegaban a Elena Francis, donde se narraban tantas y tantas vidas, fueron la única ficción en la que ella pudo recrear todos los mundos que llevaba dentro.

¡Quién sabe dónde estaba su imaginación mientras fregaba y refregaba aquella cocina! Recuerdo sus interjecciones a cada instante en voz alta. La recuerdo haciendo escobas (de ciacillo y amargas), rosquillos, rosquillas, mantecados, cosiendo, zurciendo, bordando y escuchando su radio.

¡Qué lejos estaba! Hoy lo sé.